Me gusta el fútbol (extranjero), y qué? (Dos)

Cuando era pequeño, mi madre solía decirme "Disfruta primero tu país y luego maravíllate con lo hay más alla"...


Lo bonito del fútbol es que vive de la ilusión. El niño, el viejo, el desempleado... Creo que hoy no se venderían radios de transistores de no ser por la emoción con la que se narra una disputa balompédica, por más aburrida que sea.
La globalización, término que me tiene hasta el cuello, ha posibilitado poder seguir a cualquier escuadra del planeta. Vemos fútbol hasta en la sopa. En las mañanas, al almuerzo, en la cena. Los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos y quién sabe si algún otro día.
Pese al hastío que puede provocar, nos ha permitido soñar. Quizá no sea posible cantar los goles en el mismo estadio, templo de adoración del club de nuestros amores, pero la ilusión de hacerlo no muere ni aún en el instante final. Es bonito el fútbol. Así.
No contemplo la idea de no poder seguir a quien me plazca, sea del barrio, de la ciudad en la que habitó o de Urano. Me indigna que se me arrebate ese derecho. Que se me considere ridículo por apoyar primero a un equipo que está a doscientas mil leguas de distancia que al club de mi vereda. Me parece, sin más, un escenario orwelliano. ¿Es esto 1984?
De ilusiones se alimenta el alma del hombre. Del respeto nace la convivencia humana. Y la vida me ha enseñado que uno de los pocos escenarios donde se conjugan estos dos preceptos es el fútbol. No importa cuántos energúmenos pretendan hacerme cambiar de opinión.

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